Randy Alonso
Falcón
11 Abril 2012
Tomado de CUBADEBATE
Por más que lo
manoseen y manipulen, el periodismo es y debe ser un arma extraordinaria de
verdad y de denuncia. Así lo experimenté aquel 12 de abril de 2002, cuando
Venezuela vivía momentos trágicos, en los que el fascismo trataba de sepultar
la nueva era que se iba abriendo con el proceso transformador encabezado por Hugo
Chávez Frías.
La
incertidumbre rodeaba el destino del líder bolivariano, quien había sido hecho
prisionero aquella madrugada en Miraflores por los militares gorilas,
entrenados a la usanza de Washington y aliados a la oligarquía fascista, y
conducido a destino desconocido. La información propalada por los medios
privados, que fueron eje fundamental del golpe, era que el Presidente Chávez
había renunciado y se debía “retomar el hilo constitucional”. Los medios
transnacionales de comunicación jugaban en el mismo bando de la noticia.
Una llamada
telefónica a Fidel de la hija de Chávez, María Gabriela Frías, esa mañana,
daría un giro en la historia. Sus breves palabras después, en una entrevista
que le hicimos por igual vía -en medio de la persecución que sufrían ella, su
familia y sus amigos-, fueron un aldabonazo contra la mentira y un despertar a
la verdad y a la conciencia al pueblo venezolano: “Hace dos horas logramos
comunicarnos con mi papá, nos llamó por teléfono y nos dijo que, por favor, le
comunicáramos al mundo entero que él en ningún momento ha renunciado”
La frase
aireada por la televisión cubana al mediodía del 12 de abril abrió una brecha
en la mentira mediática concertada y empezó a resquebrajar el golpe en el
ámbito de los medios a escala internacional. La derrota total de la intentona
tendría en el pueblo venezolano a su gran protagonista.
Como desde que
se creara Radio Rebelde para combatir las mentiras de la dictadura batistiana o
la Operación Verdad, que enfrentó la demonización de la Revolución naciente en
1959, Fidel Castro fue el estratega de aquella operación comunicacional y
política que durante el 12, 13 y 14 de abril de 2002, desmontó desde Cuba, a
golpes de llamadas telefónicas a líderes del proceso bolivariano y a familiares
de Chávez, la mentira que se construyó para legalizar el golpe militar alentado
desde Washington y Madrid.
En el libro
“Cien horas con Fidel”, el líder de la Revolución Cubana cuenta la historia y
el impacto de aquella primera llamada iluminadora y de los acontecimientos que
vinieron después:
Horas después,
ya en pleno día 12 de abril, en un momento (Chávez) se las arregla para
realizar una llamada telefónica, y habla con su hija María Gabriela. Le afirma
que no ha dimitido, que es un “presidente prisionero”. Le pide que me lo
comunique para que yo lo informe al mundo. La hija me llama de inmediato el 12
de abril, a las 10:02 de la mañana, y me transmite las palabras de su padre.
Le pregunto de
inmediato: “¿Tú estarías dispuesta a informarlo al mundo con tus propias
palabras?”
“¿Qué no haría
yo por mi padre?”, me responde con esa precisa, admirable y decidida frase.
Sin perder un
segundo, me comunico con Randy Alonso, periodista y director de la “Mesa
Redonda”, conocido programa de televisión. Con teléfono y grabadora en mano,
Randy llama al celular que me dio María Gabriela. Eran casi las 11:00 de la
mañana. Se graban las palabras claras, sentidas y persuasivas de la hija que,
transcritas de inmediato, se entregan a las agencias cablegráficas acreditadas
en Cuba y se transmiten por el Noticiero Nacional de Televisión a las 12:40 del
12 de abril del 2002, en la propia voz de Gabriela. La cinta se había entregado
igualmente a las televisoras internacionales acreditadas en Cuba. La CNN desde
Venezuela transmitía con fruición las noticias de fuentes golpistas; su
reportera en La Habana, en cambio, divulgó rápidamente desde Cuba, al mediodía,
las palabras esclarecedoras de María Gabriela.
(…)
Bueno, eso lo escucharon millones de venezolanos, mayoritariamente
antigolpistas, y los militares fieles a Chávez, a los que se trató de confundir
y paralizar con las mentiras descaradas de la supuesta renuncia.
En horas de la
noche, a las 11:15, llama de nuevo María Gabriela. Su voz tenía acento trágico.
No la dejo
terminar sus primeras palabras y le pregunto: “¿Qué ha ocurrido?”
Me responde: “A
mi padre lo han trasladado de noche, en un helicóptero, con rumbo desconocido”.
“Rápido”, le
digo, “en unos minutos hay que denunciarlo con tu propia voz”.
Randy estaba
conmigo, en una reunión sobre los programas de la Batalla de Ideas con
dirigentes de la Juventud y otros cuadros; tenía consigo la grabadora, y de
inmediato se repite la historia del mediodía. La opinión venezolana y el mundo
estarían así informados del extraño traslado nocturno de Chávez con rumbo
desconocido. Esto ocurre entre la noche del 12 y la madrugada del 13.
El sábado 13,
bien temprano, estaba convocada una Tribuna Abierta en Güira de Melena, un
municipio de la provincia de La Habana. De regreso a la oficina, antes de las 10:00
de la mañana, llama María Gabriela. Comunica que “los padres de Chávez están
inquietos”, quieren hablar conmigo desde Barinas, desean hacer una declaración.
Le informo que un cable de una agencia de prensa internacional comunica que
Chávez ha sido trasladado a Turiamo, puesto naval en Aragua, en la costa norte
de Venezuela. Le expreso el criterio de que por el tipo de información y
detalles, la noticia parece verídica. Le recomiendo indagar lo más posible. Me
añade que el general Lucas Rincón, Inspector General de las Fuerzas Armadas,
quiere hablar conmigo, y desea igualmente hacer una declaración pública.
La madre y el
padre de Chávez hablan conmigo: todo normal en el estado de Barinas. Me informa
la madre de Chávez que el jefe militar de la guarnición acababa de hablar con
su esposo, Hugo de los Reyes Chávez, el Gobernador de Barinas y padre de
Chávez. Les transmito el máximo de tranquilidad posible.
También se
comunica el Alcalde de Sabaneta, el pueblo donde nació Chávez, en Barinas.
Quiere hacer una declaración. Cuenta de paso que todas las guarniciones son
leales. Es perceptible su gran optimismo.
Hablo con Lucas
Rincón. Afirma que la Brigada de Paracaidistas, la División Blindada y la base
de cazabombarderos F-16 están contra el golpe y listas para actuar. Me atreví a
sugerirle que hiciera todo lo posible por buscar la solución sin combates entre
militares. Obviamente el golpe estaba derrotado. No hubo declaración del
Inspector General, porque la comunicación se interrumpe, y no pudo restablecerse.
Minutos
después, llama de nuevo María Gabriela: me dice que el general Baduel, jefe de
la Brigada de Paracaidistas, necesita comunicarse conmigo, y que las fuerzas
leales de Maracay desean hacer una declaración al pueblo de Venezuela y a la
opinión internacional.
Un insaciable deseo de noticias me lleva a preguntarle a Baduel tres o
cuatro detalles sobre la situación, antes de proseguir el diálogo. Satisface mi
curiosidad de forma correcta; destilaba combatividad en cada frase.
De inmediato le expreso: “Todo está listo para su declaración”.
Me dice:
“Espérese un minuto, le paso al general de división Julio García Montoya,
secretario permanente del Consejo Nacional de Seguridad y Defensa. Ha llegado
para ofrecer apoyo a nuestra posición”.
Este oficial,
de más antigüedad que los jóvenes jefes militares de Maracay, no tenía en ese
momento mando de tropas.
(…) Las palabras de este oficial de alta graduación fueron realmente
inteligentes, persuasivas y adecuadas a la situación. Expresó en esencia que
las Fuerzas Armadas venezolanas eran fieles a la Constitución. Con eso lo dijo
todo.
Yo me había
convertido en una especie de reportero de prensa que recibía y transmitía
noticias y mensajes públicos, con el simple uso de un celular y una grabadora
en manos de Randy. Era testigo del formidable contragolpe del pueblo y las
Fuerzas Armadas Bolivarianas de Venezuela.
La situación en
ese momento era excelente. El golpe del 11 de abril no tenía ya la más mínima
posibilidad de éxito. Pero un terrible riesgo se cernía todavía sobre el
hermano país. La vida de Chávez estaba en gravísimo peligro. Secuestrado por
los golpistas, a la oligarquía y el imperialismo la persona de Chávez era lo
único que les quedaba en sus manos de la aventura fascista. ¿Qué harían con él?
¿Lo asesinarían? ¿Saciarían su sed de odio y venganza contra aquel rebelde y
audaz luchador bolivariano, amigo de los pobres, defensor indoblegable de la
dignidad y la soberanía de Venezuela? ¿Qué ocurriría si, como en Bogotá, a raíz
de la muerte de Gaitán, llegaba al pueblo la noticia del asesinato de Chávez?
No se me quitaba de la cabeza la idea de semejante tragedia y sus consecuencias
sangrientas y destructivas.
A medida que
transcurrían las horas del mediodía, después de las comunicaciones mencionadas,
llegaban por todas partes noticias de la indignación y la rebeldía populares.
En la ciudad de Caracas, centro principal de los acontecimientos, un mar de
pueblo avanzaba por calles y avenidas hacia el Palacio de Miraflores y las
instalaciones centrales de los golpistas. En mi desesperación de amigo y
hermano del prisionero, mil ideas me pasaban por la mente. ¿Qué podíamos hacer
con nuestro pequeño celular? A punto estuve de llamar por mi cuenta al
mismísimo general Vázquez Velasco. Nunca había hablado con él ni sabía cómo
era. Ignoraba si respondería o no, y cómo lo haría. Y para esa singular misión
no podía contar con los valiosos servicios de María Gabriela. Lo pensé mejor. A
las 4:15 de la tarde llamé a nuestro Embajador en Venezuela, Germán Sánchez.
Indagué con él si creía que Vázquez Velasco respondería o no. Me dijo que tal
vez sí.
“Llámalo —le
pedí—, usa mi nombre, exprésale de parte mía la opinión de que un río de sangre
podría correr en Venezuela, derivado de los acontecimientos. Que sólo un hombre
podría evitar esos riesgos: Hugo Chávez. Exhórtalo a que lo pongan de inmediato
en libertad, para impedir ese curso probable de los acontecimientos”.
El general
Vázquez Velasco respondió la llamada. Afirmó que él tenía en su poder a Chávez
y garantizaba su vida, pero que no podía acceder a lo que se le solicitaba.
Nuestro Embajador insistió, argumentó, trató de persuadirlo. El General,
molesto, interrumpió la comunicación. Colgó el teléfono.
Llamo de
inmediato a María Gabriela y le informo de las palabras de Vázquez Velasco,
especialmente lo relacionado con el compromiso de garantizar la vida de Chávez.
Le pido que me comunique otra vez con Baduel. A las 4:49 se establece el
contacto. Le cuento en detalle el intercambio Germán Vázquez Velasco. Expreso
mi opinión sobre la importancia de que Vázquez Velasco reconozca que tiene en
su poder a Chávez. Eran circunstancias propicias para presionarlo al máximo.
En ese momento
en Cuba no se sabía con seguridad si Chávez había sido trasladado o no y a qué
punto. Se rumoraba hacía horas que el prisionero había sido enviado a la isla
de Orchila. Cuando ha¬blé con Baduel, casi a las 5:00 de la tar¬de, el Jefe de
la Brigada seleccionaba los hombres y preparaba los helicópteros que
rescatarían al Presidente Chávez. Imaginaba cuán difícil sería para Baduel y
los paracaidistas obtener los datos precisos y exactos para tan delicada
misión.
Durante todo el resto del día hasta las 12:00 de la noche del 13, dediqué mi
tiempo a la tarea de hablar con cuantas personas podía hacerlo sobre el tema de
la vida de Chávez. Y hablé con muchos, porque durante esa tarde el pueblo, con
el apoyo de jefes y soldados del Ejército, iba controlándolo todo. Ignoro
todavía a qué hora y de qué forma Carmona, el Breve, abandonó el Palacio de
Miraflores. Supe que la escolta, bajo la dirección de Chourio y los miembros de
la Guardia Presidencial, tenían ya en sus manos y ocupaban los puntos
estratégicos del edificio, y Rangel, que se mantuvo firme todo el tiempo, había
vuelto al Ministerio de Defensa.
Incluso
llamé por teléfono a Diosdado Cabello apenas tomó posesión de la Presidencia.
Al interrumpirse la comunicación por causas técnicas, le transmití un mensaje a
través de Héctor Navarro, Ministro de Educación Superior, sugiriéndole que en
su condición de Presidente Constitucional le ordenara a Vázquez Velasco liberar
a Chávez, advirtiéndole de la grave responsabilidad en que incurriría si
desacataba esa orden.
Con casi todos hablé, me sentía parte también de aquel drama en el que me
introdujo la llamada de María Gabriela en la mañana del 12 de abril. Sólo
cuando se supieron después todos los detalles del calvario de Hugo Chávez,
desde que lo trasladaron con rumbo desconocido en horas de la noche del día 12,
pudo comprobarse cuán increíbles peligros corrió, en los que puso en juego toda
su agudeza mental, su serenidad, sangre fría e instinto revolucionario. Más
increíble todavía es que los golpistas hasta el último minuto lo mantuvieron
desinformado de lo que ocurría en el país, y hasta el último minuto insistieron
en que firmara una renuncia que nunca firmó.
A diez años de los acontecimientos, se dibuja como definitoria aquella llamada
de Maria Gabriela a Fidel. Desde una pequeña isla se contribuyó modestamente a
derrotar el poder mediático y político del imperio y sus acólitos.
Como periodista
y testigo, sentí en aquellas horas orgullo inmenso de la profesión que había
escogido. Las palabras de María Gabriela aquella mañana del 12 de abril me
estremecieron profundamente y me comprometieron para siempre: Ese es mi
celular, lo voy a tener siempre conmigo, me pueden llamar a cualquier hora,
cualquier cosa; es más fácil que tú te comuniques conmigo porque yo no tengo
como llamarlos, cualquier cosa que quieran saber yo los mantendré informados.
No tenemos ningún problema. Por mi papá cualquier cosa. Nosotros también los
queremos mucho, a todo el pueblo cubano. Gracias por ese apoyo.
Una década
después es igual el compromiso de Cuba con la lucha por la verdad, y con
Chávez, la Revolución Bolivariana y su pueblo.