
La historia de lo que se vino a llamar América Latina es una cadena de tragedias que hilvanan un tejido complejo y una lucha permanente entre los que buscan la emancipación de los pueblos y los que se niegan a salir del escenario de la historia.
La vorágine de la historia en América Latina tuvo un hito sustancial: La Revolución Cubana. Memorable por victoriosa, por jacobina, por comunera. Por ser una de las pocas victorias populares de nuestras largas y cruentas luchas emancipatorias.
La lucha contra los regímenes coloniales marcó momentos de furor y alegría populares que fueron luego cooptados por las mismas clases sociales que se habían enriquecido con la explotación de la fuerza de trabajo indígena y la base material de los territorios ancestrales de los pueblos originarios. En diferentes épocas y en distintos lugares del Abya Yala, se peleo en contra del colonialismo interno y externo reproducido durante generaciones por las élites conservadoras asentadas en estas tierras.
Antes de la conformación de los Estados nacionales, los pueblos originarios guerreaban contra el invasor. Después lo continuaron haciendo con diferentes intensidades y distintas correlaciones. Las derrotas políticas y militares del campo popular indígena tiñeron de pesar acciones heroicas. Los sistemas de represión y explotación se sofisticaron como las dinámicas del capital.
Nuestros muertos fueron excluidos de las historias oficiales. Nuestros sueños por alcanzar un mundo mejor acabaron en pesadillas de muerte y traición. Pero la vida continuaba y existía un referente que nos hacía creer que no todo estaba perdido. Ese referente era Fidel. Un ser humano imprescindible, un luchador que supera cualquier discurso retórico. Un héroe salido de alguna historia de Salgari para darle contenido al realismo mágico de nuestra propia y trágica historia.
Pero Cuba hace a Fidel. Cuba hace a la dignidad y ésta al combatiente. La nobleza de un pueblo y de un líder que se consumaron en la resistencia al bloqueo y en la solidaridad con otros pueblos marcó una nueva ética. La materialización de la ética del todo para los demás y del nada para nosotros. La ética del sacrificio representa a quien la Historia de los pueblos lo absolvió hace mucho tiempo.
Cuba y Fidel representan la aspiración inquebrantable por la unidad de los pueblos y de los trabajadores, una aspiración por la unidad entre diversos que en este tiempo, que es nuestro tiempo, tiene condiciones propicias para crecer como un roble a pesar de la reacción feroz de la antipatria y sus aparatos de aniquilación.
La lucidez de sus análisis continúa aportando a la comprensión de los conflictos políticos y sociales en la región y el mundo. Como si escuchara a un hermano mayor o a mis padres, escucho y leo sus reflexiones. Me conmueve y estremece su alerta sobre la próxima guerra promovida por el imperialismo. Respiro profundo y comprendo que debemos seguir caminando con afán crítico y revolucionario. Fidel será siempre una referencia necesaria y valiosa que nos ayude a comprender el horizonte por el cual debemos seguir luchando.
Ramiro Lizondo Díaz
Economista boliviano.